Opinión 15 de octubre, 2016 · Templo de Debod ·

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Templo de Debod – Madrid –

En comparativa al que fuese maestro de Aristóteles y Discípulo de Sócrates, nacido en Atenas hace 2.443 años, Platón quien encarnó una de las mentes hábiles más brillantes de la antigüedad y lideró al “carro alado”, el Templo de Debod, reminiscencia de un pasado egipcio, es la enseña que personifica la fuerza y el equilibrio, la representación de la fraternidad de dos pueblos: Egipto y España.

Este pasado diciembre, ya casi un año atrás, en uno de mis aterrizajes sobre la tierra castellana que hoy me ve prosperar, tierra de Reyes y mendigos, de eruditos de las letras y los placeres artísticos, tierra de Ángeles y Demonios, metrópoli multicultural y cosmopolita bajo la bóveda celeste del estrellado manto madrileño me sentí atrapado.

Necesité pasear por los terrenos del antiguo cuartel de la montaña, lugar emblemático de la sangrienta Guerra Civil Española y donde la alegoría brinda jeroglíficos que resolver al avispado detective de la historia, al aprendiz de mago, al eterno buscador del conocimiento. Sobre aquel terreno regado por la sangre de los más débiles paseé largas horas hasta el amanecer esperado y, mirando al Este, tras las columnas del Templo y sus grabados, donde los Dioses y Faraones se unen de las manos, comenzó a asomar por el Oriente, como en cada aurora, el Dios Rey.

El espectáculo que se asegura a iniciados y maestros no deja indiferente a quienes, desconociendo la esencia de la naturaleza esotérica que allí se descubre, se acercan a respirar, observar y meditar sobre la grandeza del Universo, ese Gran Maestro celeste y oculto que nos observa con la templanza de su hegemonía  y sabiduría, la que el tiempo pone en cada ser inquieto que desea descubrir la esencia de su existencia.

 «Bajo la ola: si dejas de resistir suele sacarte a flote.
Suele ahogarse quien lucha contra lo que no debe luchar.»
Leandro Taub

Juanjo Sánchez ©
16 de octubre, 2016