Incógnita, una ecuación onerosa que resolver;
vendimia agresiva,
sobre la uva virgen destroncada del parral,
corteza cítrica, la garra del animal.
Arpía, el lienzo victoriano donde una espiga inerte,
a los pies de un jardín centenario llega a su ocaso,
en primavera, entre flores y especies,
donde acaba muerta.
Monopolio, egoísta, de la ingratitud en tierra ajena,
donde el bienhallado no es el bienaventurado, el peregrino honesto,
en la búsqueda de un padre aciago,
a la caza de un nuevo padre funesto.
Parásito rabioso de sabores, de olores,
de fetiches escarlatas,
de reflejos sobre un cristal moteado
por líquida plata.
Aureolas y vulva sonrosada, sudorosa,
encarnadas,
areolas y montañas
en una nube de las arenas de Santa Clara.
Tatuado pigmento, agonía sin horizonte,
tierno beso carnívoro; hiriente, vipéreo,
frenético y opaco, que muere junto a la cueva y la luna,
junto a un antiguo cementerio, lugar de culto y rezo en el recuerdo tatuado.
Derrame acuoso de su sangre en el templo de los sentidos,
a la puerta de mi casa,
entre pollos, cocos, aguardiente y la erotización de la guadaña;
entre sombras y luces, retratos y almas.
Juanjo Sánchez ©
17 de Mayo, 2018